jueves, 27 de diciembre de 2012

Mario Benedetti - Hagamos un trato

Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo

si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo

si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo

pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted

es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.

La sorpresiva narrativa de Manrique Fernández Moreno


Fernández Moreno, Manrique. Suicidio Natural. Bs. As.: Botella al Mar, 1953, 75 pp.

Esta novela brevísima fue publicada en 1953 por Botella al Mar y su autor, de escasos veinticinco años en aquel entonces, se la dedica a su madre. Con esta y sus otras dos narraciones extensas, Sus otras muertes (1963) y Memorias de un príncipe argeutimo (1969), Manrique Fernández Moreno tiene derecho a integrar el selecto grupo de los raros de la narrativa argentina del siglo XX, junto a figuras tan geniales como fueron: Eduardo Stilman, Alberto Vanasco, Juan Pinto, Joaquín Gómez Bas, Juan Vasco, Julio Ardiles Gray, entre otros.

En cuanto a la obra en sí, Suicidio natural podría ser catalogada como un escrito de juventud, con la cosmovisión adolescente del amor, el miedo al rechazo y la duda existencial sobre la propia identidad siempre en crisis. Tampoco está exenta de aspectos de cuento policial así como de reflexiones existencialistas. De todas formas, lo que prima en ella es el humor y un cierto desenfado en el tratamiento de la materia narrativa. Manrique no se priva de incorporar palabras y expresiones propias del argot, menciones cultas y populares extemporáneas a lo que nos está contando y romper con la isotopía estilística una y otra vez, a veces con chistes sandios y, a veces, casi-chistes.

La obra de marras se divide en cinco capítulos y lo curioso es que el primero de ellos se llama “La solución” y el último, “El problema”.  En ese primer capítulo, el narrador expresa que tiene veintisiete años y va a suicidarse. La razón de ello son los desaires de una joven estudiante. En un tono muy adolescente, describe la vida desde una perspectiva luctuosa y oprimida: “Aquí estamos tajeados, cercenados a pedrerío limpio. Imposible moverse. No podemos tener dilaciones. Tampoco apresuramientos” (SN, p. 19). Allí mismo se cuenta la muerte misteriosa de un canillita (un tal Rodríguez) en el mismo pueblo de Villa Árboles. En el siguiente capítulo el narrador se corre a segundo plano y cuenta la historia familiar de un tal Daniel Aguilar. Este jovencito, luego de reñir con su madre y con el doctor Mene (Enrique Menéndez), comienza a inquietarse y expresa una ansiedad por liberarse de su familia y un deseo de dar cauce real a su idealismo de perfección. Su madre, hablando con la tía, dice: “Esa manía de la perfección… ¡Pobrecito! Igual le pasa con las mujeres. Yo no sé qué pretende. (…) Lo desesperan las cosas mal terminadas. Sin pulir. Y ahora esta preocupación por la eutanasia que le sucede últimamente” (SN, p.31). Al promediar el capítulo, Daniel “progresa” madurativamente y logra “agenciarse” “una desgarbada, exacerbadísima vida interior y exterior puramente suya” (SN, p.32), amén de una prescindencia absoluta de aquellos seres que lo rodean. Es aquí donde se muestra la vida familiar como rutinaria y opresora (la “ordenación empírica de la casa y de sus abrigos”, “los trajes” que “le asestaban sus buenas medidas” y un padre que ve con malos ojos su deseo de ser músico). Como consecuencia, llamará a una tal Laura para que oficie de compañera en un exilio momentáneo, un pequeño viaje en tren a la campiña, no exento de apasionamiento. Luego, le sobreviene una enfermedad que lo obliga a reposar y es allí que, pensando en un nuevo exilio algo más definitivo, recuerda que tiene un primo (J.) en una región de baobabs y de montañas, que resultará ser nada más ni nada menos que Villa Árboles (el lugar desde donde escribe el depresivo narrador). La historia se va enriqueciendo (y confundiendo) con simbolismos, digresiones plagadas de retorismo, huidas del hilo narrativo con menciones abstractas que sugieren referentes concretos que nunca se explicitan (“el caso”, “el asunto”, “esto”), elucubraciones donde se cuentan episodios de dudosa existencia en la “realidad del relato”. Luego de tanto merodeo mental y sentimental, Daniel viene a dar con la casa de su tío Rodolfo Abalorio en la ya mentada Villa Árboles, donde tiene lugar el encuentro entre Daniel y J. (J. Abalorio, su hasta entonces desconocido primo). Desde entonces, a la psicología y problemas ya desarrollados del personaje central, Daniel Aguilar, se sobreimprimirá el accionar de J. Abalorio, protagonista de los dos últimos capítulos de la novela. Incluso, en un baile Daniel conocerá a “Ella”,  a quien seguirá hasta ingresar a su casa en un final sin más cierre que la oscura y despersonalizada descripción de las paredes interiores del recinto, con la sola y débil alusión expresionista de una alfombra que distiende sus músculos en el suelo. Allí termina el relato para el joven Aguilar y comienza para J. El capítulo III coincide con la reaparición del narrador y se divide en dos partes. En la primera sección (intitulada “Del pariente del muerto”) el narrador, sito en la ciudad Destiempo y entre papeles e informes burocráticos, lee “las anotaciones del desdichado” (J.) mientras le ceba mate “Ella” y siente aproximarse “el pobre hombre” al presente. A esta altura podemos deducir que el narrador podría ser el mismo Daniel Aguilar y J. es nada menos que su alter-ego, esa otra bifurcación de su historia para quien el rechazo de la mujer sí habría sido palmario y motivo de suicidio. En la segunda sección, “Del muerto”, asistimos a la lectura de un depresivo diario, lleno de expresiones de sentimientos contrariados y ansias de liberación (aparentemente el diario del muerto por “suicidio natural”, J. Abalorio). En el penúltimo capítulo (“El hombre y el puente) se retoma la tercera persona, que se mantendrá hasta el final, y se introduce la historia de la señorita R. del Arco. En esa misma parte, el puente del pueblo cobra una densidad simbólica determinante, pues está “uniendo dos separaciones, dos cosas disímiles, ¿blanco o negro?, dolorosas. Con su dolor él también de ser puente, archivo disecado del tiempo” (SN, p. 59) o “se sintió solo, tan solo como el puente que entreabría su trágico gañote embadurnado de muerte” (SN, p. 66). Puente y “Arco” (el apellido de la muchacha amada) son las dos maneras de entender la relación: por arriba o por abajo, cruzar el camino que establecen secamente sus líneas o atravesarlo por donde no hay camino, por su profunda perpendicular, sin miedo al agua. J. Abalorio no es consciente de esa alternativa, no puede ver en el “arco” más que un “puente”. Nuevamente el relato se va llenando de catálisis regidas por el imaginario y de falsas acciones sonámbulas, como la de penetrar a R. del Arco. Todo el ensueño se desvanece cuando se hace patente que ella no le corresponde. J. alcanza la solución a su problema entonces: “su suicidio perfecto: un largo crimen en su contra, espantosamente premeditado y sin mayores vueltas que darle” (SN, p. 64). El capítulo final agrega el ingrediente policial a la novela. El comisario Rojas Jiménez investiga el asesinato del canillita Rodríguez y el estrangulamiento de R. del Arco (todo parece indicar que fue asesinada por J., dato que la narración nunca deja en claro). El comisario quiere endilgarle el crimen a un cafisho de la ciudad Destiempo llamado Porfirio de la Cresta y esa misma noche se imagina leyendo en el diario del pueblo la crónica policial que lo tiene a él como el héroe que apresó al asesino. Luego de esa crónica imaginada (otro sueño más, otra irrealidad en la realidad de esta narración, donde los personajes siempre se imaginan algo que es o que no es según se le antoje luego al narrador dar algún indicio de su verdad), sabemos que el principal sospechoso había muerto de hipo ya hacía seis meses y que lo que imaginó el comisario significaba un error terrible (ahí notamos el lugar de realidad, de responsabilidad concreta que le asigna la novela a las ideas, a la imaginación y a la idealización). De esto se aprovecha J. Abalorio en su entrevista con el comisario, para acordar que se suicidará dejando entre sus ropas una declaración de culpabilidad por las muertes del canillita y de su amada, y reconociendo la sagacidad del comisario Rojas Jiménez, quien le había “arrancado hábilmente la confesión”. Al final leemos la transcripción de una necrológica del matutino de Villa Árboles donde se dice que había sido encontrado sin vida, abrazado al Puente, el señor J. Abalorio y que su fallecimiento se había producido a raíz de un ataque cardíaco. Aquí el “corazón” resulta el elemento ambiguo en esta muerte; para los desconocidos será un órgano de funcionamiento natural; para los lectores más apropincuados a la narración manriqueana, el juguete rabioso de la voluntad.

Para finalizar, cabe decir que se trata de una narración bastante lírica, llena de ocurrencias muchas veces disparatadas y de lectura no muy amable, es decir, las continuas digresiones del narrador juguetón pueden hacer que el lector pierda el hilo o se pase toda la novela buscándolo. Hay fragmentos donde la narración ocurrente y chancera devela  un Manrique Fernández Moreno promisorio en el terreno de la prosa argentina, en un estilo de humor poco cultivado en el país, con mucho de macedoniano y bastante similar al Bustos Domecq de la “Fiesta del Monstruo”. Se les recomienda esta novela a lectores abiertos al juego narrativo, pacientes con las idas y venidas, y habituados a los experimentos de la novela de la segunda mitad del siglo XX.
Julián D’Alessandro (UBA)
27 de diciembre de 2012

martes, 25 de diciembre de 2012

Juego serio


Tienen que mirar el juego. Tienen que hablarse. Estévez, no se le puede escapar por ese lateral. Esa zona es suya, Estévez. Señores, los quiero más atentos. No puede ser. Así no se gana, así no se puede disfrutar el juego. Gondra pásela. Gondra sea solidario con sus compañeros. Márquez, Márquez… corra Márquez… No, no, ya le dije que no se puede salir de la cancha. Si lo ve el director qué le digo. Marafiotti qué hace. Marafiotti, si no se lo toma en serio, voy a tener que sacarlo ya mismo. Vamos, corran, señores. Por qué no se concentran. ¿Tanto cuesta meterse en el partido? No vi a ninguno de ustedes traspirar la camiseta, qué les pasa. Cómo, qué dice Gondra. Ah…, “no le divierte”. No tiene por qué ser divertido, Gondra. Es un juego y se aprende de él. Estévez, Estévez, qué hace mirando para allá; el juego está acá, señor. Y usted, porqué no trajo los botines hoy. Gondra, le vuelvo a reiterar, no me importa si usted se aburre o se divierte, se supone que esto es para formarlos. Ustedes tienen que grabarse bien esta idea en la cabeza: es necesario aprender a jugar en equipo. Hay que correr las pelotas siempre, acá, en la cancha hay que dejar el alma, para que el día de mañana los goles vengan solos. Cómo dice, Márquez. ¿Usted cree que el día de mañana lo van a fichar en cualquier equipo así porque sí…? No, señor, se equivoca. Acá hay que romperse el alma. Si no entrena, el día de mañana va a terminar de aguatero… si tiene suerte. Marafiotti, no empiece de vuelta con eso. A mí también me encantaría estar en un banco, sentado, leyendo un libro, copiando o escribiendo… Sí, obvio, en mi tiempo libre yo también estudio, o se cree que me paso la vida jugando, pero acá no venimos a estudiar, ni a mirar el pizarrón… acá hay que concentrarse en el juego. Es un asunto serio, Gondra. Cómo. Eso mismo se lo va a decir usted al director técnico. No, no… Yo no puedo jugar con gente que no entrenó para el partido. A ver… levante la mano el que no entrenó para hoy.

12/12
Cuentos inexplicados

lunes, 8 de octubre de 2012

Apretón de manco



me duele tanto más tu ausencia
que mi presencia sola

cómo es que duele lo que no hay
lo que no es

late la noche su horizonte de canes
y remuerde mi silencio

así tu ausencia
en mi presencia sola

tu voz sin vos
una luz velándome en la sombra


10/12

viernes, 21 de septiembre de 2012


No conozco estrictamente su sonrisa

No conozco estrictamente su sonrisa. No la he visto abrirse entre sus labios. Ni vi su boca arqueándose ni sus cejas elevarse. No vi nada de eso. No conozco su sonrisa real. Es una abstracción de mi mente, una imagen fija que a mí no me sonríe; sonríe sólo a un objetivo. Y esto equivale a espiar a alguien que ya no está y que para no estar posó en un silencio risueño, y esbozó también una sonrisa, como el que le roba una pieza fundamental a un rompecabezas. De su imagen inmóvil ahora sólo miro el punto ciego: su enigmática sonrisa, que no vi nunca abrirse, que no vi jamás cerrarse. La pieza faltante, la pieza que marca el borde donde circunscribo la mirada, el punto de fuga que delata que no veo más allá del biombo de una imagen, la chatura de mi deseo de aprehenderla, la inacción de una caballerosa buena voluntad. También tanto espiar siembra sospechas: si viera su sonrisa desvanecerse en el estupor de alguna queja, tal vez no me quedara con lo accidental que podría ser el goce de mirarla horas absorto sonreír. No conozco ni por asomo su sonrisa. No la he visto nunca. Ni siquiera imagino la voz suave o agudísima que esconde. Reconozco que no conozco a esa mujer, ni su sonrisa. Pero no puedo dejar de mirarla sonreír hipnotizado, idiotizado, seguro en la fortaleza frágil de mi amor superficial.

2011

lunes, 16 de abril de 2012

La última materia

Tamara acababa de recibirse. Acababa de rendir con éxito el último examen de la carrera. Y estaba sola. No le había dicho a nadie. Contenida la euforia triunfal en su fuero personal, ahora se sentaba en una silla de la biblioteca de la facultad. Había rescatado de entre sus apuntes abigarrados de anotaciones una carilla en blanco. Se disponía por fin a escribir. Su cuento se trataba de un joven, que se llamaba Marco y que estudiaba Letras, y que también se había recibido y tampoco le había dicho nada a nadie del asunto. Era extraño, pero Tamara sentía que Marco tampoco precisaba una descripción. Se debatía entre hacerlo actuar o hablar con alguien. Él aparecía sentado en un asiento de la biblioteca de la universidad. Se sentía por fin eximido de la carga del estudio. No sabía qué hacer. No estaba alegre; tampoco triste. Sólo se sentía sin metas por primera vez en su vida. Y no sabía qué hacer. Esto ya lo había escrito. La biblioteca estaba casi vacía. Era temprano y no había visto allí a ningún conocido. En un momento se le ocurrió escribir un poema cuyo final dijera: “Pero nuestra historia no tiene vuelta / de hoja”. Pero enseguida se persuadió de que se trataba de una estupidez. Luego pensó en escribir la historia de un hombre sin coraje, un tipo que no tuviera siquiera la valentía de matarse a sí mismo. Fue ahí cuando levantó la vista. A unas mesas de distancia vio una chica con la cabeza gacha que escribía. Entonces le pasó por la cabeza una idea muy extraña: iba a escribir sobre ella, una historia que protagonizara ella escribiendo un cuento, un cuento que lo tuviera a él como protagonista. Allí él la estaría mirando un largo rato y luego, al final, sólo al final del relato, se le acercaría furtivamente. En ese momento se asomaría por encima de su hombro y le diría al oído, pausada y delicadamente, como hablan los confesores: “Así no soy yo. Acabás de escribir que mis ojos son marrones, y mis ojos, como ves, son verdes, ¿ves?, verdes”, y ella le respondería titubeante, aunque enérgica, que no habría querido describirlo si no fuera que estaba solo en la biblioteca y resultaba imposible escribirlo dialogando con alguien. “Pero podías haber escrito que llegaba justo una chica de afuera, a la que yo esperaba en secreto, tan en secreto que hasta incluso el mismo narrador lo ignoraba”, terminó de decir Marco mientras pasaba su brazo por la cintura de una chica que no era Tamara.

Apenas le hubo puesto el punto final a su cuento, Tamara lo releyó y decidió cambiar algunas cosas. Pensó que sería mejor situarlo en un bar y que el escritor fuese una escritora que todavía estaba por rendir la última materia.


Julio Lapsuscalami, Cuentos inexplicados.

sábado, 31 de marzo de 2012

Credo a la luz de tus ojos

creo en el silencio
si tu mirada lo arrulla
e inventa una canción de caricias

creo en el final feliz de la tristeza
si tus manos la arropan
y hacen con mis desgracias graciosas pajaritas

creo en el sol, su luz, la tarde, ese cielo,
si recortasen de la ausencia
las líneas que más me duelen de tu cuerpo

creo en un trópico no utópico
donde tus labios florezcan sanguinariamente
mientras me desangro de los besos consagrados a tu boca

sábado, 25 de febrero de 2012

Infidencia

-Disculpe, señor, ¿usted conoce a la señorita que acaba de salir del negocio?-, dijo Manuel.
-Pero, ¿qué me pregunta, muchacho! Aun si la conociera, no le daría ningún dato al respecto. ¡Es información confidencial!-, respondió el vendedor.
-Si es información confidencial, no veo el problema que haya en hacer confidencias a un extraño. Ni usted ni ella me conocen. No veo la gravedad del asunto. A lo sumo tendrá el mismo efecto que el de una carta que llega a un domicilio equivocado-, remató con suficiencia el joven impetuoso.
-Ay, señor, ¡usted es tan ridículo! Hágame el favor de irse.
-¿Por qué le voy a hacer un favor a usted si ni siquiera coopera con la mínima gauchada que le estoy pidiendo?
-A mí no me va a envolver con razonamientos. ¡Váyase ya!
En ese momento entra la chica y dice:
-Disculpen. Papá, me olvidé el paraguas.

24/2/2012

domingo, 5 de febrero de 2012

Osiris Troiani, un poeta que no perdona (el olvido)

LA LÁGRIMA RUBIA
(selección de poemas)
Osiris Troiani

Ed. Argonauta
Bs. As., 1951

El corazón a la intemperie

El corazón a la intemperie
qué días de sol y qué tempestades

Todo lo he perdido
por cobardía
me acurrucaba
bajo los latigazos del sufrimiento

Y la vida me dijo
helada de ira
Quédate con tu virtud

Quédate con tu virtud
triste gusano


El trueno en el museo

A media tarde
el verano exasperado
desenvainó su espada
y la hundió blandamente
en la penumbra del museo

El conservador en jefe
sudoroso
leía un viejo códice
su secretaria se había marchado
después de descolgar su sombrerito
del sexo de Hermes
y su bolso del tridente de Poseidón
las parejas de visitantes
preferían escribir sus nombres
con el paraguas
en la arena del parque

El trueno entró con el relámpago
y ambos desgarraron
el compacto misterio
la gracia ociosa

Las brumas se repliegan
un coloso de granito
agredido
se tambalea
los vidrios se desgañitan
se enciende respira
la plástica usada

El taladro de nácar
llega hasta las raíces
del sueño interrumpido

Muerde
la fortaleza de símbolos
todo se reanima
en la cascada verde

Brotan
de una mirada satisfecha
las azules mamas de la duda

Oh turbio
santuario de la inmovilidad
almacén de belleza
con sus escorias y gusanos
ahora sí te veo
vivir
la vida desatada
perentoria jadeante

El aire enfurecido
saca a la luz
como un ilusionista
otras formas
sin formas

Dejadme ver un accidente
una despedida
la aparición de un ángel
ruidoso
una muela que se desintegra
o tal vez una columna de humo
oblicua

Dónde están
la esparcida sangre
del relámpago
dónde la sorda pujanza
del trueno
que arrasarán un día
mi museo interior
donde nacen a toda hora
el dolor
con su encarnada amapola
el sarcasmo con su pechera
la libertad como un tigre
la ilusión siempre minada
desmoronada


El ángel ceñudo

II

Amor de mal e de bé ignorança…

Cuida de no pisar
al menos
la tumba del pasado

Olvídate de tu país

Olvídate
de la piadosa bruma
de la soledad

(que aún persiste allá
en velar todo lo que brilla
los perfiles agudos
las ordinarias calamidades
todo lo que pudiera devolver
su reflejo al cielo implacable)

Olvídate de tu combate

Ni aún con el pensamiento
vuelvas al oloroso bosque
sus ritos no te pertenecen
El sol bestia divina
te repudia


Cielo obsceno

El amor
bien podía yo esperarlo
siempre me sorprendía

Hojas crujientes batir de alas
un hombre en la fuerza de la edad
la mañana recién lavada
oh qué leve era la vida
viento precoz y hierbas locas

La alegre duplicidad
de la inocencia olvidada
olvidada un momento
cómo no ha de agitar
tu ternura

Mira
el escoliasta prolijo
conoce hoyo el lujo persa
de amor

Los finos aires ciñen
sus narices estremecidas
el amor se derrama
del desdeñoso ojo azul

¿Cómo reprochárselo?
Un cielo obsceno lanza
su reto
______Labran redes
de suave luz las estivales
cigarras
______Los sentidos
tienden sus emboscadas
No hay impostura
en desbordar los límites

Pero aparta ya
deja que me envuelva
en la niebla
del antiguo encantamiento

Tengo miedo la noche vocifera
me persiguen
esos rumores plenos de sentido
la empresa es insensata

Por Dios
tengo bastante

Devuélveme
la dulce melancolía
las tinieblas sagradas
mi corazón violeta

Flor carnicera
que aprisiona la mano
que la acaricia


Una razón para vivir

Corrí a la playa ardiente
me bañé entre las tortugas gigantes
bebí leche de cocos
descolgados a golpe de hacha
era un país en donde el aire
se renovaba con rapidez

Pero de pronto refrenó mi paso
un osario de ballenas

Y en ese loco exterminio
en toda esa podredumbre tendida
cobarde e inerte podredumbre
reconocí mi vida
de cada día

Cuándo podré acostarme
como un faraón
entre los siglos

II

Necesito una razón para vivir
y no la encuentro en un beso
ni en un redoble de tambor

ni en este porfiado ejercicio
de la poesía
sórdido como la usura

Necesito una razón
para afrontar la vergüenza
de la primera cana
sin preguntarme
Qué hecho Dios míos
de mí

Tomé partido
abrazo la Revolución
sin fe ni cólera
por el horror de estar solo
de que la caravana me deje en el camino

Por una bandera se muere
por una mujer se miente
hasta el último suspiro
para salvar el alma
se aprende la más refinada hipocresía

Pero yo necesito una razón para vivir


Un dios infame

No entres

No entres
Descubrirías
un sol desnudo
descubrirías mi temible orgullo
perverso como un príncipe

Nada fresco crece a su sombra
El dolor la alegría
sucumben a su mordedura
tóxica
El coraje se hace impúdico

Amar lo que otros aman en mí
qué cobardía
no habrá expiación
no habrá expiación estoy seguro

III

Abdicar inmolarse
En la bondad está el desprecio
en la sinceridad la hipocresía

Orgullo la duda
orgullo la certidumbre

Abdicar del orgullo
disolverse en un ilimitado amor
en una bella mentira

Sé que el espíritu no puede
vivir sin él
es la fuente el secreto de su energía
es su espina dorsal

Quebrársela

jueves, 2 de febrero de 2012

Querencia

Hay pescados que no vuelven,
hay pescados que se van,
dan cabriolas ciegas sobre la arena
y el viento los envuelve en agua seca.

Los pescados que no vuelven
sienten remoto el mar,
aunque estén cerca.
Sienten la tristeza infinita
de morir oliendo la sal
de otros días.


Paracas, 30-1-2012

miércoles, 11 de enero de 2012

Las nubes

Las nubes, las nubes son como campanas
que caminan, que caminan por el cielo
dando pasos lentos, a tientas, lento,
como un ciego guía al día a la mañana.

Estas nubes blancas que cambian y cambian
no conocen la memoria, no distinguen
las tardes soñadas en las que te quise
de otras tardes que recuerdo solitarias.

Inocente nube, algodón perdido
por el mar herido del cielo naufragas;
monumento que recuerdas el olvido
de las horas que se han ido y son pasadas.

Culpables, las nubes porque siempre han sido
puertas tristes que dan hacia nada… nada…

10 / enero /2012

Lo aclaro, no soy Herrera, ni el Fernando de... ni el Ricardo H... No tengo el credo del arte formal... pero sí creo en el rigor científico de la teoría de la composición (que es una chamuyo que escribió Poe para ganar plata; el cuervo no fue pensado así como dice Poe, a mí no me parece así al menos; pero sí el rigor que esgrime Poe fue internalizado con varios de "pecados de juventud"...) y el arte concreto y en la jornada de ocho horas girondiana... Si hubiera una razón a priori para establecer que un tipo de poesía es mejor que otra, me dejaría de gustar la poesía... Por favor, consideren estos poemas sonetos como juveniles y... altamente pecaminosos.

domingo, 1 de enero de 2012

Eduardo Jonquières, el inexistente poeta existencialista

Eduardo Jonquières
(1918-2000)
Pintor y poeta argentino.

La sombra, Editorial Viau, 1941.
Permanencia del ser, Editorial El Bibliófilo, 1945.
Crecimiento del día, Editorial Losada, 1949.
Los vestigios, Editorial Botella al mar, 1952.
Pruebas al canto, Editorial Troquel, 1954.
Por cuenta y riesgo, Editorial Mundonuevo, 1962.
Zona árida, Editorial Losada, 1965.

Algunos poemas de muestra...

Poema de amor

A Aurora, a Julio

Rien n’est passé, la vie a des feuilles nouvelles
PAUL ELUARD


Qué muros me levantan de nube
tu voz, tu luz, tus ademanes.

Nuestras dos desmesuras
juntas en un cielo enceguecido,
el mar imposible que recoge
las olas altas y las suma a su vacío.
(El mar tranquilo, abandonado,
con la procesión que va por dentro.)

Tu mano sobre mí como agua de verano:
hay quienes corren más azules que el cielo,
más ligeros que la fiebre, sostienen
las llaves diminutas en sus ojos
con que abrir las cosas de la tierra.

Pero callas, pero hablas:
es lo mismo.
No señales esa hora,
no me nombres el minuto.
Déjame la vida entera entre estos muros,
estas nubes, estas prisas que tenemos por vivirla,
estos ojos de ver que callan lo que han visto.

de Pruebas al canto


Me envejece

Me envejece el traje, se me arruga de repente el gesto.
Quién sabe qué dioses andan por arriba tirándome los dados,
entre noches, escapándole
al tormento del sí, eternamente,
y al goce del no, ahoramente.

Una sombra suele, frágil, subir por las paredes,
unos cóncavos, mordidos sucederes, lo que fue y no se supo,
lo que estuvo a medias hecho en el día que no usé,
en el tiempo que no acaba de ser tiempo
y quiere ser minuto o siglo a toda costa.

Me envejece la pestaña, el ojo, la esperanza,
esta uña al final que no rasga ya ni una,
el botón que no abrocha y el zapato que no calza.

El aire me envejece, la mañana de anteayer,
la curva monda de la fruta,
el mar con su acecho irresistible.
Se me va haciendo tarde,
ya siempre se va siendo nunca.

Pero empiezo,
empiezo de nuevo a creer,
que estoy viviendo:
con toda el alma,
vuelvo a equivocarme.


El que nunca

Je ne travaille pas dans l’éntendue d’un domaine quelconque
je travaille dans l’unique durée.
ANTONIN ARTAUD


El que nunca
oyó a un hombre llorar en sus huesos y en su sangre
el que nunca
vio a un chico crecerle el hambre en las uñas y en las cejas,
el que nunca
rebajó un perro a ser obispo o funcionario,
el que nunca
arrebató al olvido las premisas del siempre,
el que nunca figuró con honores
en las batallas dadas,
el que se encontró al fin de cuentas
deshojado, absorto en el alba clandestina:
ese es quien heredó su muerte,
quien tuvo su parcela de vacío.


de Por cuenta y riesgo


Compra y venta del hombre

Se marchara con su nube a cuestas,
mondo y lirondo de sonido.
Se marchara ayer, se marchara
despejado de sentido y quieto.
Parado para andar, oyendo para callarse.

No le dejaron sino lo justo:
la sonrisa apenas y el perdón
que cae de los labios como babas.

Tuvo apenas su mirada.
¿Qué resplandor de cielo le dejaron,
cuántos gratos pasatiempos
vinieron a ofrecerle?

Le dieron las crueles dilaciones,
los premios que recibe el demorado,
la triste navaja con que se corta
la mirada en tiras, el roedor
triunfo, la boca muerta en la cara desvaída.

Eso le dejaron en su mundo devastado;
eso, y una nube.
Mas cuesta llevar la nube a cuestas,
cuesta ser sordo entre callados.

en Los Vestigios


Quien más quien menos

Uno que muda conforme lo miramos
como la caricia de unas manos
o la sonrisa que desnuda su hueco de cálculo y perfidia
al caer resbalando por la cara.

Uno que enfrente está esperando
del otro sus palabras, descendidas a ser
razones y virtudes.

Uno a quien la máscara le carcomió
el gesto y le sacó las ganas
de andar usando sus caras.

Uno apenas verdadero
devorado por la suerte.


Ni vale la pena

Llegaste
al límite en que las resoluciones
fallan y sobra la inocencia.

Llegaste a cero
después de creer que ibas a pródigo
o a sediento.

Fuiste un cuero seco
unas sonrisas por aquí y por allá
la inconstante creencia
de que eras futuro.

Envileciste la paciencia
del espejo y de los viajes
sedujiste lo engañado de antemano
anduviste a contramarcha en cada rumbo
y te juntaste a las que pasan
sin darles desenlace.
No cavaste en la huella duradera
no dejas el testimonio del diamante.

Estás en ti
como un muñón
que todavía duele a ratos.

de Zona árida