martes, 15 de febrero de 2011

POEMAS DE JUAN PEDRO CALOU

de su único libro édito en vida, Humanamente


Versos a mi enemigo

Ni un pálpito, jamás, ni un solo pálpito
fluya de ti, vil o dignísimo;
eres una traición en este pecho
¡corazón mío!

No te quiero escuchar. En otras horas
cuando la fe me levantaba al cielo;
yo tenía mi frente en las estrellas
pero no hallaba en ti más que el silencio.

Era toda vigor el alma activa,
mi alma tenía porvenir! Tú, en cambio,
tan silencioso estabas que creía
que te habías dormido en el pasado…

Muerta mi fe empezó tu poderío;
Cuando todo había muerto para mi alma,
Entonces fuiste generoso y fúlgido:
¡comenzaste a latir hacia la nada!

¿Eras tu ley? ¿Acaso así está escrito
que, aquel que en nada cree, en todo sufra?
¿Qué ley te hizo callar cuando creía
y ahora te hace latir y soy la duda

Si era la lye de dios, ella es estéril,
porque si es Dios quien te encendió, que sepa
que el corazón no puede ser perfecto
y en cambio el alma puede ser perfecta!

Por una escala ardiente de latidos
no se llega hasta Dios. Sobre esa escala,
como en la telaraña de los astros
emerge el sol, debe brillar el alma!

Tan sólo tienen alma los que creen,
así como tiene alas el océano:
las de la tempestad! El alma existe
según su unión con lo que está en el cielo.

Y a mí me ungió la duda. Sólo existo
en las sombras efímeras que pasan:
mi corazón se eleva y yo he perdido
el punto cardinal de la esperanza.

No te quiero escuchar. ¡Sólo eres sangre,
sólo un puño de púrpura que tiembla,
mientras que el ideal, por mi desdicha,
es índice de plata que gobierna!

El alma, en mí, no es fuerza: es un recuerdo…
pero en cambio el latir llega a la gloria:
¡yo tengo el corazón santificado
Por una gran pasión que vive sola!

Yo soy el que por ley honda y suprema
sufro una maldición que no merezco:
¡mis amores, Señor, sólo empezaron
Cuando todo ante mí ya estaba muerto!

Ni un pálpito, jamás, ni un solo pálpito
fluya de ti! ¿Por qué palpitarías
si no existe a lo largo de la tierra
nada que alce la fe que ha sido mía?

Como cuerda que alcanza el tono extremo,
hondo y tendido, corazón, me vences;
y yo vivo esperando una perfidia
que como aguda espada te atraviese!

Porque es fuerte dolor tener la vida
toda en el corazón… tener un alma
como columna vertebral de mármol...
¡ser uno mismo tumba de una estatua!

Ser en amores una suma pródiga,
llegar, por el amor, a ser radiante,
y rebasar la escala de lo humano
y en un solo segundo disiparse…

Y traducirse en olas y perderse.
Y volver al principio y dar más olas,
y dejar en la faz de las arenas
la enorme curva que se pierde y torna…

¡Vaso de agitación, fuente de impulsos,
cuna de tanto amor sin un objeto!
¡como una ardiente cúpula de humo
tú debieras abrirte hacia los vientos!

No tiembles más, pues tiemblas a la nada,
no adores más, que acaso por hastío
de palpitar al cielo, te encendiese
la adoración suprema de ti mismo!

Y entonces tu reinado acabaría
bajo el orgullo helado de mi alma:
¡Yo quiero ser ardiente como Cristo
o debo ser igual que las estatuas!

O surge el ideal que me levante,
resplandeciente, universal, perfecto,
o reclino mi frente hacia los siglos,
dejo caer mis párpados y duermo…

Caminando

La mañana es celeste. Caminemos.
El aire tiene algo de femenino
bajo este blanco sol como de invierno,
sobre las gotas del nocturno rocío.

Los árboles perennes se destacan
como columnas de humo detenidas
por la celestitud del éter limpio.
Sobre ellos la mañana está más limpia…

Vamos hacia los árboles inmóviles
y oscuros, y nada nos retenga
en la severidad de lo vivido.
¡Luz, espacio, alegría, carne nueva!

¡Deseo de ir a todos porque el día
es celeste: ¡persiste en mí, condúceme!
Cantaré entre las rosas amarillas,
el blanco sol y la vecina nube!

Hoy soy el torbellino que dio en la paz. Hoy tengo
la mañana en los labios y en los ojos;
mi corazón es como un campo verde
y mi espíritu es limpio como el oro!

Mi voluntad ondula como un camino blanco
bajo el antiguo verde de las palmeras.
Fácil a la sorpresa como un pájaro,
mi cuerpo es todo como una sorpresa.

Estar sin norte ante la luz: dichoso
Sin el apoyo de esperanza alguna!
Tener por todas partes un camino
y amarlo sin saber a qué conduzca.

Conmoverse porque el gorrión no escapa
cuando llegamos hasta él ¡qué hermoso!
¡Desear que alguno admire esa confianza
para que en nuestra dicha haya algún otro!

Asistir con un júbilo inocente
a una imprevista elevación del campo
cual una curva de mujer, y echarse
a correr, hasta abrazar un árbol!

Ser así claro en la mañana clara
es superar la dicha misma. ¡Es mío
el bien mayor, la exaltación más pura
y el permanente amor de mi destino!

¡Oh! Qué ansias de vivir! ¡Qué fervoroso
este ímpetu de andar por todas partes!
¡Tengo espacio en el alma: abro los labios
en el deseo de besar los aires!

Salgo de la caverna de mi drama
y me deslumbra el sol; caigo en la tierra
como una rosa que se ha alzado mucho
y el tronco no la puede tener recta.

Ríe mi corazón, ríe de júbilo
y sin saber por qué: ¡No necesito
de la sabiduría de mi hermano
para saber que he vuelto a ser un niño!

¡Día de regocijo, blanco día,
reparación por tanta triste sombra
que ha pasado por mí: serás alivio
de mala noche o de contraria hora!

Todo zumba en redor ¡qué inmenso mundo!
La mariposa pliega sus cuatro alas;
los élitros fulguran como el ébano
y me cruza una mosca de esmeralda.

La araña de ocho ojos se desprende
como una gota por la rama cálida
y al margen de la hoja se subvierte
sobre sus ocho patas encarnadas.

Su abdomen verde-mar al sol se vuelve
y bajo el rayo cálido palpita
como un suave universo en miniatura
que una nube de plata luego eclipsa.

El alguacil de cuerpo acresponado
raya los arires sobre el agua quieta
y la mosca de cuerpo de esmeralda
zumba en el aire como una piedra.

El grillo real, desde su cueva oscura
Da a la tiera un vibrar de vidrio opaco;
y la mosca dorada alegra el aire
con su simplicidad de cuerpo claro.

Todo canta en el aire y bajo tierra
y en una senda blanca se desploman
tras de su carga, dos escarabajos,
y vibra el bronce antiguo de sus tórax.

La mañana es celeste. Caminemos.
El aire tiene algo de femenino
bajo este blanco sol como de invierno,
sobre las gotas del nocturno rocío.

Mi corazón es como un campo verde;
mi espíritu está limpio como el oro:
¡tengo la vanidad de estar alegre
como yo solo, como yo solo!

Nocturno

(…)

Sin compañero, frío, la angustia me encapricha;
soy el esfuerzo inútil que embellece la dicha,
y así la arruga misma de la tierra retrata
los surcos de este espíritu que me absorbe y me mata!
Y quisiera tornarme como un mantel. Benigno
y amistoso, accesible, todo claro por digno,
todo como el aroma del hogar que me ampara.
¡Oh luna que me tiendes tu inexorable vara,
soy abrupto en el alma como un rencor y quiero
la universal dulzura de tu luz que venero!

En mi interior, erguido, duerme un hombre de piedra.
La amargura le teje su habitación de hiedra,
y no hay dolor, ni gracia, ni recuerdo, ni gloria
que muevan sus enormes entrañas sin memoria!
Somos como una tumba, y es preciso entreabrirse
al sudario inconsútil de la noche, evadirse
como el brazo vacío de la columna de humo,
por el empeño fértil de extraviarse en lo sumo
bondadoso! Yo supe que siempre es uno mismo
su más digno enemigo, y hay que abrirse ese abismo
en donde una profunda galería de hiedra
vela el sueño solemne de un gran hombre de piedra.

(…)

Otra vez a mi enemigo

Ven a mí, corazón, no te me niegues;
yo soy enteramente tuyo, grita,
sé como un gran amor en este pecho
que quiere ser entero ante la vida!

Grítame: quiero ser excelente.
Grítame: quiero ser el reprobado.
Ya sabes, corazón, que estoy contigo
a pesar del dolor que te ha tocado.

Tiembla, brilla, prolóngate, murmura,
de todas partes te vendrá el opuesto,
pero no olvides, corazón, que un día
lo inesperado te dará el consuelo.

Grita para mí solo; en esta noche
bajo tantas estrellas, es preciso
que grites para mí solamente
ya que me es familiar tu amargo grito!

¡Corazón, corazón, di en esta noche
lo que siempre dijiste: no soy nadie;
pero dilo en voz alta, de manera
que por lo menos te responda el aire!

Grítame, pertinaz ¡grítame siempre
con la sinceridad con que ahora gritas:
¡yo quisiera tener junto a mis manos
como te tengo a ti, toda la vida!

Corazón ¿no recuerdas? ¡Cuánta angustia
te persiguió! ¡Si te diría: “hermano”!
Sí, corazón, eres hermano mío
a pesar de lo adicto y lo contrario.

Yo soy enteramente tuyo; tuyo
en el modo cordial que es de la estrella;
tu soledad te hace mejor, más puro,
más mío y a la vez más digno de ella.

Grítame, sí, que nunca como ahora
me sentí, frente al alba, tan lloroso.
¡La noche se ha llevado tantas cosas!
Y el día ¿qué dirá para nosotros?

Grítame, sí, porque la estrella última
te sorprendió esta noche como siempre;
dime ¿puedo entregarte mi conciencia
sin que dejes de ser un inocente?

Ya lo ves, corazón, te estoy hablando
como si fueses algo que no es mío,
dime: el que piensa más ¿es el más puro?
Y el que ama más ¿no vale más que el frívolo?

Corazón, corazón, desde que reinas
insustituiblemente en este pecho,
grita porque eres grito, y no te calles
ni hoy ni mañana, ni en lo venidero!

Oración de las dos de la noche

Tiéndete bien ¡oh luz! sobre mi rostro,
y al volver a la esfera que te vierte,
llévate la amargura de mis líneas
y la turbia hendidura de mis sienes.

Córtate bien en mi severa boca,
y en mi torvo perfil húndete aguda;
llevas en la esquema de mi rostro
el de un evangelista de la angustia.

Que así como tú caes en mis ojos
caigo yo sobre el mundo, tibiamente,
compruebo la tragedia de otros rostros
y torna en mí la fe de ser su intérprete.

Hazme ¡oh larga vigilia! más severo
el perfil dolorido, que es posible
que alguien se vea en mí, y que por eso
no se sienta más malo por más triste.

Ponme paz en los ojos solamente,
más brille mi interior por tu alta afluencia
de modo que tu luz, siendo excesiva,
vasta razón para un sombra sea!

¿Acaso aspiro a ser feliz? ¿Acaso
la aspiración de todo es la mía
desde que a fuerza de abrazar el mundo
di en la felicidad de la desdicha?

Viértete en mí, luciente instigadora,
-voz del raso, suspiro de la estrella-
la gran ansia pacífica del aire
vivo desde la gran mañana eterna!

Húndete en mí, que acaso por tu influjo
reviva en mí esta noche, entre mis sueños,
el primitivo asombro de la vida,
el júbilo inmorta de tener cuerpo!

¡Ah! Si tú me llevaras este noche
hasta el primer dolor que cimbró un músculo,
yo sería mañana más perfecto
porque es preciso revivir el mundo!

¡Ah! Si yo fuese el hombre destinado
a hacer acopio de la angustia humana,
por ley de gravedad, sonreiría
cuando el momento de morir llegara!

Y es preciso vivir de esta manera:
preparándose el día de la muerte,
porque el más nuestro es y ha de ser obra
del ayer, del mañana y del presente.

Pacífica y azul, cúbreme, lenta,
¡oh! luz de media noche, en esta noche
en que no tengo amor y no estoy triste,
en que aún soy feliz y sigo pobre…

Quiero gozarme en ti con goce simple
ahora que tengo el corazón rosado...
¡ser una vez sencillo ante la noche,
y estarme como un niño todo en blanco!

¿Por qué no sois así, también vosotros?
Hay noche sin objeto y sin caricias…
Hay que cerrar la puerta en esas noches
y estar a solas con su propia vida.

Algo baja en la luz a visitarnos,
como el ojo que baja hacia la perla,
algo que es suave cual gota de agua
rodando por el flanco de una esfera.

¿Podía no haber causas de ternura
en el silencio? Si él es el rocío
del alma! Cae, desde siempre,
corazón de la luz, más cristalino!

Apártate una noche, y como dice
el profeta viril, entra en tinieblas.
Saldrás cantando cánticos de plata,
tendrás el corazón de las violentas.

Pues, escoge tu viernes. Necesitas
tu gran noche de púrpura. Sé simple
como una cinta blanca… Entra en la noche
y más tierno serás cuanto más triste!

Y que tu voluntad sea fulgente
como una espada, y nada te separe
del propósito fil de hacerte bueno
cual si obraras en nombre de tus padres!

Divagador me has puesto ¡oh luz amiga!
pero es bueno divagar el ir diciendo
las eternas palabras. Tú las dictas
y mis ojos te adoran en silencio.

Si mañana me vieses vacilante,
corrobórame igual que en esta hora
en mi sagrado culto de la angustia,
y en mi interior se pondrá en pie la gloria!

Y pues llegó la hora del reposo
dialogaré un instante con la muerte.
Ve y sonríe por mí a cuantos sufren,
que yo, gracias a ti, ya estoy sonriente.

Juan Pedro Calou (1918). Humanamente. Bs. As.: Ediciones Cañón Oxidado, 1995

Índice

Prólogo
Soledad
Evangelio
Versos a mi enemigo
Invitación a la danza
Tormenta
Caminando
Para ti, quiero esto
Amor
La etapa
Nocturno
Otra vez a mi enemigo
Oración de las dos de la noche
Vacilación
Canto a mi madre