viernes, 21 de septiembre de 2012


No conozco estrictamente su sonrisa

No conozco estrictamente su sonrisa. No la he visto abrirse entre sus labios. Ni vi su boca arqueándose ni sus cejas elevarse. No vi nada de eso. No conozco su sonrisa real. Es una abstracción de mi mente, una imagen fija que a mí no me sonríe; sonríe sólo a un objetivo. Y esto equivale a espiar a alguien que ya no está y que para no estar posó en un silencio risueño, y esbozó también una sonrisa, como el que le roba una pieza fundamental a un rompecabezas. De su imagen inmóvil ahora sólo miro el punto ciego: su enigmática sonrisa, que no vi nunca abrirse, que no vi jamás cerrarse. La pieza faltante, la pieza que marca el borde donde circunscribo la mirada, el punto de fuga que delata que no veo más allá del biombo de una imagen, la chatura de mi deseo de aprehenderla, la inacción de una caballerosa buena voluntad. También tanto espiar siembra sospechas: si viera su sonrisa desvanecerse en el estupor de alguna queja, tal vez no me quedara con lo accidental que podría ser el goce de mirarla horas absorto sonreír. No conozco ni por asomo su sonrisa. No la he visto nunca. Ni siquiera imagino la voz suave o agudísima que esconde. Reconozco que no conozco a esa mujer, ni su sonrisa. Pero no puedo dejar de mirarla sonreír hipnotizado, idiotizado, seguro en la fortaleza frágil de mi amor superficial.

2011