No conozco
estrictamente su sonrisa
No conozco estrictamente su sonrisa. No la he
visto abrirse entre sus labios. Ni vi su boca arqueándose ni sus cejas
elevarse. No vi nada de eso. No conozco su sonrisa real. Es una abstracción de
mi mente, una imagen fija que a mí no me sonríe; sonríe sólo a un objetivo. Y esto
equivale a espiar a alguien que ya no está y que para no estar posó en un
silencio risueño, y esbozó también una sonrisa, como el que le roba una pieza
fundamental a un rompecabezas. De su imagen inmóvil ahora sólo miro el punto
ciego: su enigmática sonrisa, que no vi nunca abrirse, que no vi jamás
cerrarse. La pieza faltante, la pieza que marca el borde donde circunscribo la
mirada, el punto de fuga que delata que no veo más allá del biombo de una
imagen, la chatura de mi deseo de aprehenderla, la inacción de una caballerosa
buena voluntad. También tanto espiar siembra sospechas: si viera su sonrisa
desvanecerse en el estupor de alguna queja, tal vez no me quedara con lo
accidental que podría ser el goce de mirarla horas absorto sonreír. No conozco
ni por asomo su sonrisa. No la he visto nunca. Ni siquiera imagino la voz suave
o agudísima que esconde. Reconozco que no conozco a esa mujer, ni su sonrisa.
Pero no puedo dejar de mirarla sonreír hipnotizado, idiotizado, seguro en la
fortaleza frágil de mi amor superficial.
2011