miércoles, 20 de enero de 2010

Daniel Giribaldi - Agua reunida (antología propia)

AGUA REUNIDA
1949-1956

Ediciones poesía buenos aires
Buenos Aires - 1958

Índice

Tiempo y milagro (1952-1956)
Celebración del milagro
Regreso entre dos regresos
El parque del reloj detenido
Los peregrinos de Barracas
El llanto de Ismena
Corrientes y Carlos Pellegrini
Otra mano en el tiempo
Agua reunida

Única suite cordobesa
De niebla
Nocturno giratorio
Asamblea del otoño
Parque Sarmiento
Cielo de la Cañada

Tres poemas con amor
Dos cuerpos destruidos por sus labios
Bella del Sur
Retorno en el más alto cerro

Otros poemas
Tocata y fuga
Postal de Navidad
Derrumbe de un cabello
El mural de los monstruos

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(Los poemas "De niebla" y "Asamblea de otoño" no fueron transcriptos por encontrarse en la antología de POESÍA BUENOS AIRES y en la antología de Poetas del 50 de Furlán, es decir, por resultar más accesibles. Son poemas excelentes -sobre todo De niebla-).

Celebración del milagro

Tanta hojarasca, tantas hojas muertas,
son testimonios de que un árbol vive
puesto que toda muerte no es, en suma,
sino una vida inexpugnable.

El fuego se hace eterno en cada hoguera.
La eternidad se manifiesta en ríos:
un constante fluir, un ir muriendo
sin pausa, el mito en que continuamente
Perseo decapita la medusa.

La eternidad, los ríos son lineales.
La línea es un descanso de la forma,
vive fuera del tiempo, firme y lúcida.

El tiempo hace posible los recuerdos.
Envejecer, morir, eternizarse,
-tanta hojarasca, tantas hojas muertas-
ir transformando nuestro espacio en tiempo.

Viviendo celebramos un milagro.
Todo vivir, toda porción de muerte,
es un rayo de Dios. Son testimonios
apenas unas hojas, unos libros,
una congregación de mariposas.

Regreso entre dos regresos
Para Noé L. Gutman, que lo publicó en el diario por él dirigido.

Vuelva la estatua al yeso,
al pie la huella. El hombre
regrese al barro. Sucumbamos
al peso de una dalia
viendo esfumarse muelles y ciudades
y tardes ataviadas para el viaje nocturno.

A una señal partan las islas
hacia horizontes de carbón.
Sea de noche el día: la tiniebla
será vencida una vez más
y un alba núbil (la cubre una ribera
atada a su cintura como un lienzo)
nos mirará a la cal, a los fosfatos, a los restos
de antiguas disciplinas que nos forman
y el roce de la luz sobre las yemas
dirá un mensaje nuevo.

Irrespetuoso ante lo venerado,
todo mensaje nuevo es referido
a un comienzo inmutable.
Pues de un comienzo trátase, de un río
sobre el que ruedan infinitos ríos.

En el comienzo las aguas son confusas;
las corrientes, aciagas; oscuros, los combates
-la propia sangre mana por una herida ajena.

En el comienzo muchos se repiten:
¿Me interrogan? ¿Acaso es mi voz la que se escucha?
y, sin embargo, el día, conservando
algo de pueblo hambriento en el desierto,
Josué que le habla al sol y el sol que le obedece,
nos dicen que es posible,
que será estatua el yeso
y el barro se erguirá y el pie dejará huella,
que la tiniebla es un regreso,
nada más que un regreso
entre dos voluntades que regresan.

Peregrinos de Barracas

Han viajado. Una trama
de horizontes los cubre. Descansan. Un edecán de vidrio
sirve sin pausa su estatura. Emmaüs
dista de Buenos Aires veinte siglos,
una cruz venerada, unas espinas, unas guerras
distantes y distintas de las guerras.
¿He dicho que sus sillas son de lluvias?
Debo agregar que allí el Resucitado
partirá el pan, el vino. La plegaria
nombrará el río pardo, las curtiembres,
las chimeneas humillando el cielo,
los techos invasores, la intemperie invadida,
la oscilación del sol (un péndulo
de oro, una oropéndola en llamas) sobre el estuario manso.
Como Entonces mercarán los homéricos marinos
sus peces zodiacales. Los ganados opacos y los trigos
seguirán sucediéndose. Situada
entre la dádiva y el ruego,
esa ceguera de los hombres que llamamos
voluntad de Dios nos dejará sin Él, y los cipreses,
los árboles sombríos que respetó el invierno
y evitaron los pájaros, junto a la tierra leve y desvelada
de una tumba reciente, sonarán como siempre
que se entierra una lluvia, unas sillas
de lluvias; y aquéllos, que han viajado, que descansan
al claro de una novia, al candor
de una oliva, proseguirán sus fríos edecanes,
su eterna marcha insomne, rodeándolos,
creciendo hacia la noche
la ciudad opresora y oprimida.

Agua reunida

Este vaso de agua
lo he ido renovando en cada lluvia
y ahora forma mi reserva de lágrimas, del llanto
que no pienso derramar, así las penas
vengan a cuartearme, a castigar mi glándula de duelo,
a darme vuelta la alegría como un guante.
Este vaso de agua ese el ojo del tiempo.
Allí, perpetuamente, hago un nudo al pasado
Para acordarme del futuro.
¿Dí pan a mi operario y salud a mi duende?
En paz, entonces. ¿Llevé a dorar mi suerte? La preferí
de oro, por si acaso
tuviera que empeñarla, recibiera
más de dos infortunios.
Este vaso de agua
es el cristal del mundo,
lente convexa en la piedad y cóncava en el odio.
El agua tiene sed y a veces
qué diera por lavarse. Nos necesita a todos, pero puros.
Nuestra voz se arrodilla, y le sobramos.
Entre el amor y el álgebra, entre
los intervalos y el combate, el sol, las nomeolvides,
la fiebre, montan guardia.
Este vaso de lágrimas, yo digo, no debiera,
no debe derramarse. El antropoide clama por él,
en el cielo no saben de su forma. Es tuyo y mío
y de nadie a la vez, modesto en su retórica, escueto
en su serena transparencia. Una lluvia lo trajo
y otra lluvia lo llevará con ella
cuando la gota última rebase su medida
y el agua corra por el ojo del mundo,
por el cristal del tiempo, por este vaso de agua y sed
y nuevamente vaso para que las futuras tormentas
de la tierra lo llenen.

Bella del sur

¡Oh! cazadora de violetas, pastora
de crepúsculos, culpable
de las alas del día; religiosas
Pompeyas te rodean, memorables Barracas
acampan en tus ojos; tu cintura
está llena de barcos, un río
gatea blandamente bajo las blandas quillas.
Llueve en tu piel a veces. (Llueve
para que recordemos otras lluvias). Dobla
la ciudadela de tus manos, acuden
las dispersas caricias. Entonces
nos reunimos en un cuerpo
a comentar dos cuerpos
y el sur sigue fluyendo en torno tuyo.
Conversaciones, lluvias, te gastamos. (El reloj
cuyo péndulo es la tierra podría detenerse, podría
una abeja derrotar a un leopardo, nublarse
una azucena en vértigo). Sólo este pobre abrazo
ha perdurado, este abrazo, una esquina
de preguntas. ¿Ese amor, cazadora,
fue odio, fue deseo? ¿Te amé, pastora,
o a través de tu amor me estuve amando? ¡Oh! culpable,
el silencio responde por tu boca, el silencio,
la suma de todos los sonidos,
y en estos barrios de la muerte,
más allá del temor y la vergüenza nupciales,
¿tendremos que acatar otro desnudo, resignarnos
a usar otro esqueleto? ¿Volveremos
a amarnos, a crear, a destruir de nuevo
los dioses que nos han destruido, creándonos?
Agosto, 1952

Retorno en el más alto cerro

Pero retornas, húmeda la risa, fresca
la voz y clara la presencia lejana; pero
retornas dando sentido a este rumor que brota del poema
cuando menciono el agua
que corre allá debajo y que te nombra,
al sol, que pesa menos; al aire
interesado en todo lo que vive,
en la ternura de las bestias,
en el yacer paciente de las piedras,
en las distantes lámparas que alumbran y presiden nuestro día.

Hay un jirón de luz en cada espina
y la sierra está ahora más cerca
del corazón de la mañana, la tierra
tiene alas en el vado, el arroyo
va cantando a morir. Las bocas ávidas de octubre
absorben su frescura y en el cielo gira
una noria de pájaros.

Hoy es feriado en la tristeza. Las abejas
trabajan sus seis horas y expiran. La estación se descalza
y cumple su ritual, talla
su aguamarina el trino y hay pedazos de cielo en los charcos.
Todo reafirma tu presencia, en tanto
el arco de tu voz en el recuerdo dispara y recupera
los domingos del tiempo.

Pliegan las nubes su extenuado velamen, fragatas
celestes navegan este azul que te proclama. Lejano,
un camino
mira pasar rebaños de horas vencidas, un carro
que conduce tardes muertas, el frágil ataúd de la dicha.
Pero retornas, y aunque el recuerdo es cárcel
de doradas columnas verdes, borra
las cicatrices de encuentros no tenidos, de voces
que no nos fueron reveladas.

Hablo de lo ideal, naturalmente, de nacimientos
que no se produjeron, de partidas registradas tan sólo
en la novela cursi que el día desbarata
y de esta persistencia en la gracia que vuelve
cuando te alejas, o de este vano
tenerte en un poema, cuando la vida
a un paso de este pie,
torna azules los cerros a lo lejos
al par que nos mantiene
maduros aún para la maravilla y el milagro

Octubre, 1955.

Tocata y fuga

Un galope de agudas catedrales
entra cantando a enero, sol en mano,
brotando a borbotones de un anillo,
de un grito acorralado por las sillas
que esgrimen los autores del vinagre,
los mudos inventores de la harina
y en el reverso de los ojos pinta
su paloma ojival, su nieve gótica.
Su paisaje espiral, siempre de viaje,
convoca un frío oficio, una corteza
o un número de hielo en los botones
de una orquesta apagada.

(En el espacio
lucha el invierno con un diente ahorcado
y las hoces del frío le rasuran
la mirada de viejo).

Por la cruz del sonido entonces ruedan
hebillas de humedad, donde la noche
nutre sus viejos arcos de resina,
sus saetas de mido, sus flecheros
que despliegan su instinto sobre el mundo
y matan las cortinas del silencio.
En su caudal de abejas los violines
mojan su llanto. Se suicidan bosques
yendo a vender sus árboles febriles
bajo el curvado peso de los astros
y los desiertos juegan a los dátiles
con palmeras de sed.

(El planeta
se hunde en sus mares y desaparece
y la muerte saltando está a la cuerda
en el reloj de un loco).

Sin países, sin guerras en los dientes,
el hombre se debate en sus encías,
en sus antorchas líquidas, tocando
husmeando su gusto desvelado,
gustando apenas su incendiado oído,
escuchando su vista largamente,
viendo su tacto que cantando esgrime
un as de espadas y al sonido acecha
con su actitud en alto y sus tres filos.

(De rodillas los pianos, las estrellas,
Juan Sebastián, sus altos ventanales…)

Noviembre, 1949.

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