martes, 22 de noviembre de 2011

NOVIEMBRE

Veintidós de noviembre, ya no siento
la sombra suave de este sol macizo
enclavado en la cueva de los cielos,
prendido fruto azul del paraíso.

Veintidós de noviembre, ya presiento
la noche frágil, el lugar preciso
donde queda el hueco de los negros
y verdes ojos de alguien que me quiso.

Veintidós, ya no sé adónde llevo
los pasos tenues del pie indeciso,
si me arrastran o traen a otro puerto

lo ignoro, sólo sé que ahora piso
un país donde no se sueñan sueños,
un noviembre sin verte… y agonizo.


22-11-2011

lunes, 14 de noviembre de 2011

CONATO

que las palabras sean un conjuro contra las imágenes que me congelan
en un pasado en que no existo
en un futuro fantasioso

que las palabras sean andamios o puentes levadizos
y que el silencio ande dando voces
trazando mis bordes más desnudos

que las palabras que mi tristeza te ofrece
iluminen el equivalente sitio que tu tristeza tapa
y las instantáneas felices que plancha tu obstinación
se ajen como hojas y destiñan

que las palabras conserven el calor de estos dedos
y consigan abrasarte


Escrito estando triste, el domingo 13 de noviembre de 2011, a la una menos cinco de la mañana.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Alcándara (uno de los primeros libros de Bernárdez...)

Francisco Luis Bernárdez

Alcándara
Imágenes

Editoria Proa
Buenso Aires R.A. 1925


De este libro se ha impreso 2 ejemplares sobre papel del Japón y 3 ejemplares sobre papel da Vergé Joseph Ovarro numerados del 1 al 5 y firmados por el autor, fuera de comercio; y 500 ejemplares sobre papel pluma vergé numerados del 5 al 505, todos los cuales constituyen la edición original.


FRUTO

Al árbol de tu voz fuí a recoger maduras tus palabras.
Eug. Montes.


Dejé mi corazón
enterrado a la sombra
del árbol de tu voz.

Y el árbol de tu voz
florecía palabras
de amor.

Y el árbol de tu voz
tenía la blancura
de mi antiguo candor.

Y el árbol de tu voz
devolvía el aroma
de mi propia emoción.

Y el árbol de tu voz
sazonaba su fruto
de amor.

Y el árbol de tu voz
lo desprendió, maduro,
sobre mi corazón.

Como mi corazón
era el fruto del árbol
de tu voz.



ANTONIO MACHADO

Contra el camino de la eternidad
el ataúd de pino de tu verso.

Y en la caja de pino, tu palabra
ya categorizada en esqueleto.

Delante, todo el viento de Castilla.
Tú detrás, en silencio,

crucificas las manos en la espalda
para ocultar una actitud de rezo.



RECUERDO

Un mendrugo de pan es tu recuerdo,
un mendrugo de pan entre mis manso.

Cada día de amor era otro surco,
cada día de amor, en mi glebario.

Y paniegas parábolas decías,
parábolas de siembra, mi entusiasmo.

Era una abecedario de semillas
de mis palabras el abecedario.

Deletreo de trigo era el idioma,
el tembloroso idioma de mi mano.

Con sílabas de espigas cada surco,
cada surco después era un hexámetro.

Hexámetros de oro que cantaban
aquel amor en pan transfigurado.

Si pan es elegía de simientes,
de terruño, de sol y de trabajo,

un mendrugo de pan es tu recuerdo,
un mendrugo de pan entre mis manos.



PAJARITA DE PAPEL

Cuando yo era
un dios niño,
me placía amasarte con el barro
de los libros.

Como Dios a los hombres, yo te daba
mi espíritu,
y tú nacías a su semejanza:
tan pequeño, tan blanco y tan sencillo.

Cuando Dios trasegó su Verbo en carne
debió sentir el mismo regocijo,
el mismo goce absorto
que he sentido.

Satisfacción suspensa de enfrentarme
con el soplo sagrado que me hizo;
de escuchar su canción original
bordoneando el cordaje de mi espíritu,
suspirando en el agua
de mi limo,
resonando en el órgano de piedra
del esqueleto mío;
de escuchar, luego, con la caracola
de mi conocimiento amanecido,
cómo afila su voz huracanada
en la cósmica selva de los siglos,
cómo hierve hojarascas estrelladas
en el otoño negro del vacío,
cómo empolva de crespas nebulosas
su camino.

Satisfacción, más tarde de encontrarlo
entre mi puño mínimo
y de saber que Dios en él estaba
dócilmente cautivo.

Satisfacción, después, de desdoblarme
con amor y dolor en el prístino
fruto. Satisfacción de desdoblarme
todo entero en un hijo.

Satisfacción, en fin, de ver el lodo
de los libros
en un pájaro
convertido.

Y de mirarlo con las manos trémulas
y de reconocer que era yo mismo,
perpetuado en dos alas
y en un pico.

En aquel pico mudo y en las alas
inútiles copiaba mi destino,
y en los ojos
vacíos,
la sombra que después sería sombra
del fuego de mí mismo.

Sucia de letras, era su blancura
el símbolo
de mi futura juventud, curvada
sobre los mamotretos amarillos,
perdida en una niebla de palabras,
con el cerebro tinto
en negra tinta de filosofía
y en azulada tinta de lirismo.

La inicial creación de aquel dios niño
era un ángel
caído.



VENTISCA

Está, de ventisca huraña,
todo el silencio convulso;
los grillos laten el pulso
nervioso de la montaña.

El río en remanso briza
un agua convaleciente
y, entre la ceja del puente,
su mirada intranquiliza.



SEIS VERSOS A UNA VENTANA

Sobra mi hora indigencia de distancias
esta ventana es una mano abierta.

En la mano, rugosa de caminos,
su pañuelo de cielo me consuela.

Mi sedentaria sordidez alivia
con un puñado tácito de leguas.



CANTO A LAS SÁBANAS DE LINO

Este diácono insomne de mi sueño
para cantar la misa del descanso
se ha revestido sus sobrepellices
de honesto lino aldeano.

(Hermética al dolor que sinfoniza
el viento hereje en su acordeón helado,
el alma penitente del invierno
su rosario de lluvia está rezando).

Mientras en las esquilas de mis ojos
no ríe el sueño sus maitines zarcos,
es obediente como un agua fácil
la exégesis del lino en este canto.

En la dichosa intimidad del lecho
y con un libro fiel entre las manos,
me asiste la blancura de los linos
y de los folios consuetudinarios.

Blancura de poemas y blancura
de holandas campesinas en el tálamo:
entre tanta blancura –honradamente-
yo me avergüenzo de haber sido malo.

Corporifique la memoria nuestra,
en el albar del lino aldeano,
a las difuntas abuelitas buenas
que para adormecernos nos cantaron.

O finja bondadosas hermanitas,
tremelucientes de perdón las manos
para mi corazón que, en este lecho,
es una convaleciente de pecados.

O resucite rondas infantiles
en un lejano atardecer de mayo,
llorando la elegía del aquel gorro
de papel y de aquel sable de palo.

Náufrago en la doméstica pureza
del lino, reconozco a mis hermanos:
en la campiña, hermana de ojos verdes,
y en el cielo, hermanito de ojos claros.

A la caricia vegetal del lino
madruga un gozo musical de pájaros
dentro del corazón, como si fuera,
como si fuera el corazón un árbol.

Ha de dormirme melódicamente
el paisaje, de grillos estrellado,
y sonará en el caracol del pecho
la emoción melancólica del campo.



FIN

Si esta noche soñara con linares
floridos de pupilas de cobalto
¿serán, quizás, las novias del colegio
Que esta noche también me recordaron?



OCASO


El silencio se abrió como una llaga.
Crecen como recuerdos las estrellas.

Juega con un cantar la fuente huérfana
Y, en la yacente paz del horizonte,
Solloza el campo viudo sus luciérnagas.


LOS GOZOS DE DOÑA ERMITA

(5 a.m.)

Doña Ermita se despabila
y, asistida de Doña Luna,
en la jícara de la esquila
con maitines se desayuna.

(8 a.m.)

Doña Ermita, por la mañana,
cuando se apresta para misa,
pinta con rosa de sonrisa
las mejillas de su campana.

(12 a.m.)

Doña Ermita un rezo desgrana
para que dore, todavía,
sus mazorcas el mediodía
en el hórreo de la campana.

(6 p.m.)

Doña Ermita timbra en secreto
una lágrima y se emociona
cuando Don Ángelus, su nieto,
por ir al cielo la abandona.



EPITAFIO A UNA MANO DE LABRADOR

En el pentagrama del labradío
escribiste la música del trigo.

Tu erudición de soles y trabajos,
predicando palabras de sudor
halló crucifixión en el arado.

La noche de tu artesa repoblaste
de un universo lúcido de panes.

La amistad cotidiana de la tierra,
contagiándote toda, de tus dedos
hizo las cinco puntas de una estrella.

Crispada estás cual remansado río.
La eternidad es tu primer domingo.



GAITA EN EL MAR

La gaita iluminó como una luna
sobre los emigrantes pierrotescos,
en menguantes escuálidos de duda
y en plenilunios grávidos de aliento.

La gaita era redonda como un mundo,
entre el órfico abrazo del gaitero.

Como el vientre madura de la esposa,
como la cabecita del pequeño,
como el seno marchito de la madre
y la montaña familiar del pueblo.

En sístoles y diástoles, la gaita
me nutría con sangre de recuerdos.



ÍNDICE

ALCÁNDARA
LA ALCÁNDARA NEGRA
El azor del dolor se reintegra
Parábola del hijo pródigo
Noche
Soneto en sordina
La elegía de Adelaida
Interpretación del silencio
Responso en bronce mayor
Libro
introscopia
LA ALCÁNDARA BLANCA
Busca una alcándara de claridad
Fruto
Una carta a Teixeira de Pascoaes
Ausencia
Antonio Machado
Recuerdo
Cielo y río
La pajarita de papel
Juan Ramón Jiménez
LA ALCÁNDARA VERDE
Gana el pájaro azul de mi tristeza
Retorno
Ventisca
Seis versos a una ventana
Canto a las sábanas de lino
Madrugada
Ocaso
Hogar
Los gozos de Doña Ermita
Idilio
El carro de bueyes
Metáforas de los almendros
Epitafio a una mano de labrador
Preanuncio
Paisaje habitual
LA ALCÁNDARA AZUL
La nómada emoción
Proa
Invocación al Atlántico
Puerto
Crepúsculo
Gaita en el mar
Rumbo S.W.

Se acabó de imprimir este libro para la Sociedad Editorial Proa el 2 de junio de 1925 en los Talleres Gráficos El Inca, México 1416 Buenos Aires