Lo despojamos de la luz del día
y del sosiego de la noche obscura,
le arrebatamos con pasión impura,
todo el placer y toda la alegría;
y como algo le queda todavía,
le arrancamos su blanca vestidura,
para que brille en toda su amargura,
su cuerpo de dolor y de agonía.
Pero el Señor de todo cuanto existe,
con tu rencor y mi rencor se viste,
y, poniendo en el sol sus ojos mudos,
ofrece al Padre, como eternos dones,
nuestros duros y obscuros corazones,
de tu rencor y mi rencor desnudos.
Francisco Luis Bernárdez
en Las Estrellas (1947)
Gaudí
LA CRUCIFIXIÓN
Que doblen sus cabezas los rosales,
puesto que la de Cristo periclita,
que enmudezca la voz de aquel que grita
pues calla el dulce Rey de los cristales.
Que se doble la punta a los puñales,
que es puñal cada espina que le irrita;
que duerma el mundo, porque ya dormita
quien adurmió culebras y zarzales.
Y que todo se apague o que suspire,
la estrella con la llama que tremola,
Jerusalén cercano no respire.
Que doblen sus cabezas los rosales,
puesto que la de Cristo periclita,
que enmudezca la voz de aquel que grita
pues calla el dulce Rey de los cristales.
Que se doble la punta a los puñales,
que es puñal cada espina que le irrita;
que duerma el mundo, porque ya dormita
quien adurmió culebras y zarzales.
Y que todo se apague o que suspire,
la estrella con la llama que tremola,
Jerusalén cercano no respire.
La tierra se ha quedado negra y sola;
que el viento, con el gran aliento, expire,
y que la mar no mueva ni una ola.
Fernández Moreno, el viejo
que el viento, con el gran aliento, expire,
y que la mar no mueva ni una ola.
Fernández Moreno, el viejo
en Antología (1915-1945)
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