domingo, 1 de enero de 2012

Eduardo Jonquières, el inexistente poeta existencialista

Eduardo Jonquières
(1918-2000)
Pintor y poeta argentino.

La sombra, Editorial Viau, 1941.
Permanencia del ser, Editorial El Bibliófilo, 1945.
Crecimiento del día, Editorial Losada, 1949.
Los vestigios, Editorial Botella al mar, 1952.
Pruebas al canto, Editorial Troquel, 1954.
Por cuenta y riesgo, Editorial Mundonuevo, 1962.
Zona árida, Editorial Losada, 1965.

Algunos poemas de muestra...

Poema de amor

A Aurora, a Julio

Rien n’est passé, la vie a des feuilles nouvelles
PAUL ELUARD


Qué muros me levantan de nube
tu voz, tu luz, tus ademanes.

Nuestras dos desmesuras
juntas en un cielo enceguecido,
el mar imposible que recoge
las olas altas y las suma a su vacío.
(El mar tranquilo, abandonado,
con la procesión que va por dentro.)

Tu mano sobre mí como agua de verano:
hay quienes corren más azules que el cielo,
más ligeros que la fiebre, sostienen
las llaves diminutas en sus ojos
con que abrir las cosas de la tierra.

Pero callas, pero hablas:
es lo mismo.
No señales esa hora,
no me nombres el minuto.
Déjame la vida entera entre estos muros,
estas nubes, estas prisas que tenemos por vivirla,
estos ojos de ver que callan lo que han visto.

de Pruebas al canto


Me envejece

Me envejece el traje, se me arruga de repente el gesto.
Quién sabe qué dioses andan por arriba tirándome los dados,
entre noches, escapándole
al tormento del sí, eternamente,
y al goce del no, ahoramente.

Una sombra suele, frágil, subir por las paredes,
unos cóncavos, mordidos sucederes, lo que fue y no se supo,
lo que estuvo a medias hecho en el día que no usé,
en el tiempo que no acaba de ser tiempo
y quiere ser minuto o siglo a toda costa.

Me envejece la pestaña, el ojo, la esperanza,
esta uña al final que no rasga ya ni una,
el botón que no abrocha y el zapato que no calza.

El aire me envejece, la mañana de anteayer,
la curva monda de la fruta,
el mar con su acecho irresistible.
Se me va haciendo tarde,
ya siempre se va siendo nunca.

Pero empiezo,
empiezo de nuevo a creer,
que estoy viviendo:
con toda el alma,
vuelvo a equivocarme.


El que nunca

Je ne travaille pas dans l’éntendue d’un domaine quelconque
je travaille dans l’unique durée.
ANTONIN ARTAUD


El que nunca
oyó a un hombre llorar en sus huesos y en su sangre
el que nunca
vio a un chico crecerle el hambre en las uñas y en las cejas,
el que nunca
rebajó un perro a ser obispo o funcionario,
el que nunca
arrebató al olvido las premisas del siempre,
el que nunca figuró con honores
en las batallas dadas,
el que se encontró al fin de cuentas
deshojado, absorto en el alba clandestina:
ese es quien heredó su muerte,
quien tuvo su parcela de vacío.


de Por cuenta y riesgo


Compra y venta del hombre

Se marchara con su nube a cuestas,
mondo y lirondo de sonido.
Se marchara ayer, se marchara
despejado de sentido y quieto.
Parado para andar, oyendo para callarse.

No le dejaron sino lo justo:
la sonrisa apenas y el perdón
que cae de los labios como babas.

Tuvo apenas su mirada.
¿Qué resplandor de cielo le dejaron,
cuántos gratos pasatiempos
vinieron a ofrecerle?

Le dieron las crueles dilaciones,
los premios que recibe el demorado,
la triste navaja con que se corta
la mirada en tiras, el roedor
triunfo, la boca muerta en la cara desvaída.

Eso le dejaron en su mundo devastado;
eso, y una nube.
Mas cuesta llevar la nube a cuestas,
cuesta ser sordo entre callados.

en Los Vestigios


Quien más quien menos

Uno que muda conforme lo miramos
como la caricia de unas manos
o la sonrisa que desnuda su hueco de cálculo y perfidia
al caer resbalando por la cara.

Uno que enfrente está esperando
del otro sus palabras, descendidas a ser
razones y virtudes.

Uno a quien la máscara le carcomió
el gesto y le sacó las ganas
de andar usando sus caras.

Uno apenas verdadero
devorado por la suerte.


Ni vale la pena

Llegaste
al límite en que las resoluciones
fallan y sobra la inocencia.

Llegaste a cero
después de creer que ibas a pródigo
o a sediento.

Fuiste un cuero seco
unas sonrisas por aquí y por allá
la inconstante creencia
de que eras futuro.

Envileciste la paciencia
del espejo y de los viajes
sedujiste lo engañado de antemano
anduviste a contramarcha en cada rumbo
y te juntaste a las que pasan
sin darles desenlace.
No cavaste en la huella duradera
no dejas el testimonio del diamante.

Estás en ti
como un muñón
que todavía duele a ratos.

de Zona árida

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